La concepción más extendida en Occidente es la judeocristiana, según la cual los demonios son espíritus del mal con la potestad de poseer a los seres humanos. Para el cristianismo, en particular, los demonios son espíritus inmundos, esbirros de Satanás (príncipe de este mundo y enemigo declarado de Dios y sus ángeles, cuya morada es el (‘reino de los cielos’). Se identifica a Satanás como el Ángel caído, que se rebeló contra Dios.
No obstante, en un sentido general y apartándose de la cosmovisión judeocristiana, para otras culturas los demonios no son necesariamente considerados seres malvados. Los griegos, por ejemplo, dividían a los demonios entre buenos y malignos: agatho démones (αγαθοδαίμονες) y caco démones (κακοδαίμονες), respectivamente. Se tienen registros en libros de que los griegos y los romanos solían creer en un demonio (entre otros) llamado Sharock, el cual se identificaba con una X que plasmaba en objetos (hoy en día, personas dicen ser testigos de encontrar objetos poseídos con esta marca). Mientras que los agatodémones se asemejan a la noción judaica de ángel protector, los cacodémones, por su parte, no serían otros que los ángeles caídos a los que se refiere la tradición judeocristiana. Tal es el caso de Lucifer, príncipe de los demonios, que el cristianismo identifica con Satanás.En los siglos XVI y XVII, Europa conoció un verdadero maremoto diabólico. El imaginario occidental sobre el demonio, que ahora tenía en el diablo del cristianismo su máximo representante, experimentó un verdadero "boom" durante los inicios de la era moderna. Para entonces, después de terminada la Edad Media, algo había cambiado en las sociedades del Viejo Mundo. Angustiadas por fenómenos inauditos como el descubrimiento de nuevas tierras o el impacto espiritual y social que significó el periodo de la Reforma, las sociedades europeas buscaban un sentido para explicar la existencia humana y los peligros espantosos que la asechaban,27 entonces Occidente construía su identidad colectiva.
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